La fotógrafa, feminista, activista y madre Silvia Marte presenta Vulnerables, un proyecto artístico que visibiliza la violencia obstétrica* a través de testimonios y retratos de mujeres víctimas.
Lo que un día empezó como una idea se ha convertido en la principal misión tanto personal como profesional de Silvia. Habiendo sufrido ella misma la violencia obstétrica, se pertrechó de su cámara de fotos, su espíritu reivindicativo y sus ganas y buscó las historias de otras mujeres que hubieran pasado por una experiencia de abusos en su parto o interrupción del embarazo. Muchos meses y horas sin dormir después, nace ‘Vulnerables’, un conjunto de fotografías y testimonios que es mucho más que eso: es el afán ambicioso de alzar la voz de las madres para conseguir el cambio social.
*La Organización Mundial de la Salud define la violencia obstétrica como aquella que sufren las mujeres durante el embarazo o el parto al recibir un maltrato físico, humillación y abuso verbal, o procedimientos médicos coercitivos o no consentidos. También la no obtención de un consentimiento informado, la negativa a administrar medicamentos para el dolor, un descuido de la atención o violaciones graves de la intimidad.
¿Qué es Vulnerables, y por qué es importante?
Vulnerables es un proyecto artístico y documental en el que se recogen las miradas y las voces de mujeres víctimas de violencia obstétrica. Es importante por su gran fuerza de transmutación, ya que transforma el sufrimiento y el trauma en luz y esperanza para otras mujeres. Creo que es un gran ejemplo de sororidad. Ante la imposibilidad de denunciar esta vulneración de los derechos humanos de mujeres y recién nacidos a través de vías legales o judiciales, Vulnerables visibiliza y denuncia estas injusticias a través del arte.
En un contexto en el que las mujeres nos vemos obligadas a demostrar y a luchar constantemente por nuestro lugar, ¿por qué es esencial abrazar la vulnerabilidad?
Más que abrazar la vulnerabilidad, sería mostrarla, no esconderla. Llevarla al centro del debate político y social, porque ser vulnerable no es sinónimo de ser débil, sino de ser humana. Mostrarnos como somos, nuestras debilidades, nuestros miedos y dolor, parece que está penalizado, pero la vulnerabilidad es una característica que nos define.
Vivimos en un sistema patriarcal y capitalista que no defiende ni asegura el bienestar de las personas y mucho menos de las mujeres, y aún menos de las madres. En nuestro caso, cuando somos madres y tenemos que protegernos no solo por nosotras mismas, sino por nuestras criaturas, la necesidad de que nos cuiden se multiplica exponencialmente. Hay momentos en que nuestro bienestar depende de terceros, y eso debe estar previsto, tanto en este caso como en el de la infancia, los enfermos y las personas mayores.
Hay que admitir la vulnerabilidad y a la vez ser fuerte para las hijas e hijos. ¿Cómo unir ambas facetas?
Me viene a la mente una frase de la canción Ay mamá de Rigoberta Bandini: “Con ganas de llorar, pero con fortaleza”. Eso define muy bien el sentimiento de las madres. Da igual las necesidades por las que estés atravesando, porque el amor hacia tus criaturas es tan fuerte que tienes que estar ahí como sea. Creo que es una ambivalencia con la que vivimos todas las madres, la dificultad de poder maternar en salud y la fuerza que nos caracteriza.
Comentas en la revista MaMagazine que hay “una enorme brecha entre la experiencia maternal real y la patologización de la misma”. Cuéntanos un poco más.
Hay una enorme diferencia entre la atención hospitalaria que recibimos las mujeres en nuestros procesos reproductivos y nuestras necesidades fisiológicas reales. Desde el sistema sanitario se trata todo lo relativo a los procesos reproductivos de la mujer desde la patología. Los protocolos y la atención es muy similar a la que tendrías, por ejemplo, si fueras a que te extirparan el apéndice. Se entiende, en muchos casos, que vas a que te saquen al hijo vivo y sano, y no hay una formación concreta de trato, empatía, necesidades emocionales y psicoafectivas…
Lo que parece que se nos ha olvidado a las mamás y a la sociedad es que un embarazo, un parto, un postparto, una lactancia e incluso una pérdida gestacional son parte de la salud sexual y reproductiva de una mujer. No somos pacientes, somos mujeres sanas y tenemos necesidades diferentes a las que pueda tener otro paciente con una dolencia o patología. Por otro lado, también veo que nosotras mismas, cuando vamos a dar a luz y afrontamos la lactancia, desconocemos las necesidades de nuestro cuerpo y de nuestras criaturas.
Así que esa brecha se da por las dos partes. Eso crea un abismo entre el proceso natural y lo que ocurre en los paritorios.
¿Por qué se habla tan poco del parto y de lo que supone para la mujer?
Porque solo parimos las mujeres. Hay una especie de desinterés o tabú, una forma de infravalorar ese momento tan importante en la vida tanto de las mamás como del bebé. No es una prioridad para el sistema.
También he observado que, como la mayoría de los partos están repletos de historias dolorosas, no estamos dispuestos a mirarlo de frente. Se convierte en un tabú incluso dentro de las familias y en muchas ocasiones se queda en la mente de la propia víctima. Si los partos fueran experiencias bonitas y empoderadoras, creo que no habría tanto silencio y desconocimiento alrededor de ellos.
¿Qué peso tienen los prejuicios en la asistencia a los partos en nuestro país?
Vivimos en una sociedad cada vez más polarizada que no posibilita una convivencia desde la empatía, y eso se plasma en la asistencia al parto. Cuando yo fui a dar a luz a mi primer hijo, preparé mi plan de parto, una herramienta recomendada por el Ministerio de Sanidad en la que describes tus preferencias, cómo te gustaría que te trataran, etcétera., y diferentes personas que trabajaban con embarazadas me dijeron que no lo presentara, porque si lo hacía me iban a tratar “aún peor”. Es decir, presentar una herramienta disponible para que se escuche tu voz en uno de los momentos más importantes de tu vida que puede tener consecuencias para siempre.
Los prejuicios también se dan hacia mujeres inmigrantes, racializadas, gitanas, mujeres con sobrepeso, lesbianas, madres solteras, mujeres pobres… Todas tienen más posibilidades de sufrir violencia obstétrica.
Me ha impresionado mucho saber que Naciones Unidas ha instado a España a luchar directamente contra la violencia obstétrica, y que en nuestro país la sufren más de 2 de cada 3 mujeres. ¿Por qué no es una prioridad en la agenda de los y las gobernantes?
Y ese dato es la punta del iceberg, porque una característica estructural de la violencia obstétrica es que una gran parte de los profesionales que la ejercen y de las víctimas que la sufren no saben identificarla. Piensan que ha sido una mala praxis puntual, o que es normal, que tenían que provocarles el parto, hacerles cesárea o episiotomía… Además, hay distintos niveles, y a veces se identifica y se nombra, y otras, no. Incluso, la sociedad todavía pone en tela de juicio esta nomenclatura. La propia Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia se niega a aceptarla el término y la tilda de ofensiva.
Desde Podemos y el Ministerio de Igualdad se ha intentado en varias ocasiones pasar una ley de violencia obstétrica como está ocurriendo en Francia y en países suramericanos como Venezuela. En la última reforma de la ley del aborto se intentó legislar al respecto, pero no salió adelante.
En España nos encontramos ante dos fuerzas: el feminismo, que intenta poner la vida en el centro y repensar la sociedad y, en el otro polo, la extrema derecha, que está en una posición negacionista y cuyas propuestas se dirigen a perpetuar la desigualdad y la dominación del hombre sobre la mujer. Bajo esta mirada, quieren convertir el momento del parto en un momento que te debilite, te cree inseguridad y rompa el vínculo con tu bebé. Esto no es algo aislado ni es casualidad, sino que pertenece a la manera de proceder del patriarcado, que nos quiere débiles, calladas y enfermas.
Parece que se olvida que todos venimos de un parto, y que las víctimas son tanto las madres como sus criaturas, independientemente de que sean niñas o niños. Es algo que nos afecta a todos y las consecuencias emocionales que tiene este sufrimiento y estos traumas no se pueden medir.
El parto y la maternidad vienen acompañados de momentos muy duros que no tienen cabida en esa imagen rosa y edulcorada que se vende en redes sociales. Hablas, sobre todo, de la privación de un espacio propio. ¿Es la violencia obstétrica el primer paso hacia esa sensación de entrega absoluta, de no ser dueñas de nuestro cuerpo?
Está completamente relacionado con el lugar que el sistema patriarcal y capitalista quiere para la mujer, las madres y las criaturas.
Se dice que hay dos momentos de transformación muy importantes en la vida: la adolescencia y la madrescencia. Es inadmisible que ese cambio que es convertirse en madre esté marcado por el abuso y, en muchos casos, por la violación de tu cuerpo. Por no poder decidí sobre él, no saber quién te está tocando, no querer que te realicen prácticas que te están realizando…
Por eso hay un boicot por parte de los medios de comunicación y las esferas de poder a que estos testimonios salgan a la luz. Porque una vez que esto llegue a la opinión pública, nos obligará a hacer una reflexión y plantearnos qué se está haciendo mal.
¿Qué has aprendido de las mujeres con las que has hablado?
Para mí ha sido una lección de vida enorme. Mi papel es recoger sus voces, escucharlas y darles forma, y no sé si, en el caso de haber sufrido un episodio de violencia obstétrica tan duro como el de muchas de ellas, habría sido capaz de sacar esa valentía para compartirlo.
Al entrevistarlas, sentía que lo que estaba ocurriendo era importante y toda una lección de generosidad, convirtiendo algo tuyo tan terrible en luz y esperanza para otras personas. No podía evitar acordarme de las sufragistas y otras tantas grandes mujeres que se expusieron al juicio ajeno para que hoy podamos disfrutar de unos derechos que nos eran negados.
Yo las llamo “valientes”. Me parecen un ejemplo para la sociedad y para otras mujeres, para ver que solas a lo mejor no podemos, pero que juntas, sí. El proyecto es muy mágico y siento que estamos dibujando un puzle enorme.
¿Qué heridas comunes has encontrado en sus testimonios?
Todas tienen mucho miedo a volver a ser mamás, y muchas han decidido que no lo van a volver a intentar. Otras, que están embarazadas de nuevo, comparten ese miedo a lo que se van a encontrar.
Muchas de ellas, después de su experiencia traumática, tomaron la lactancia como algo que no les podían robar. Aunque estuvieran malas y doloridas, la pelearon para sanar ese vínculo con su bebé que les habían robado en el parto.
Algunas han sufrido depresiones posparto y les ha costado establecer ese vínculo afectivo con su bebé. Muchas han necesitado tratamiento psicológico, han padecido estrés postraumático, tienen miedo a ir al pediatra o al médico de cabecera porque el sistema sanitario las ha fallado, algunas sufren ataques de pánico al pasar cerca del hospital donde dieron a luz…
Es como una traición. Pensaban que estaban en un lugar seguro, que las iban a tratar bien, y no fue así. Eso hace que estén más alerta con todo, a la hora de la crianza, de quién acompaña a sus criaturas, cuestionan la sanidad, la educación… el sistema de bienestar les ha fallado.
Las imágenes hablan por sí solas y solo con verlas se percibe que detrás hay historias muy duras. A nivel técnico y de fotografía, ¿cómo has conseguido transmitir todo ese dolor a las imágenes?
Cuando visualicé el proyecto tenía que tomar muchas decisiones de luz, colores, vestuario… Yo quería crear una burbuja de seguridad donde ellas sintieran que se respetaban por completo sus ritmos, sus necesidades y, sobre todo, que eran escuchadas, que lo que tenían que decir es importante. Creo que esto hace que las imágenes y los testimonios sean tan poderosos. Una de ellas me dijo que como se sintió en el estudio es como habría necesitado sentirse en el paritorio, y eso es clave.
Antes de retratarlas realizo la entrevista y ahí se crea un vínculo de confianza entre ellas y yo. Es esencial no minimizar su dolor, porque la norma es que tu entorno más inmediato, tu pareja, tu familia y los profesionales sanitarios te digan que pases página, que eres fuerte, que lo superarás… Así que el hecho de encontrar un lugar y una persona que esté preparada para recoger ese dolor y no minimizarlo le da la fuerza al proyecto.
¿Cómo ha evolucionado el proyecto desde que tuviste la primera idea hasta hoy?
Vulnerables comenzó siendo una intuición y hoy es una parte importantísima de mi vida, casi podría decir que es mi misión de vida. Es un proyecto que está vivo gracias a todo el cariño, la fuerza y la energía que recibo de otras mujeres. Llevo un año y medio desarrollándolo y no está siendo fácil. Trabajo muchas veces por la noche, quitándome de descansar y con un gran esfuerzo, pero sigo impulsándolo también por el apoyo de mi familia. Además, soy una persona optimista, soñadora y ambiciosa y estoy completamente comprometida con los relatos y la confianza que estas mujeres han depositado en mí.
¿Cómo ves el futuro de Vulnerables?
Creo que es un proyecto de medio recorrido que todavía tiene que crecer mucho. Lo visualizo como una bola de nieve y sé que lo más complicado ha sido comenzar, sin recursos ni ayuda más allá de la de mi familia. Estoy dispuesta a llevarlo a todos los medios de comunicación, y también lo veo en formato charlas y ponencias en universidades para que las voces de las valientes lleguen a las facultades de Medicina y a los oídos de los y las futuras obstetras. Me imagino una exposición inmersiva en la que puedas ver los retratos y escuchar los testimonios con códigos QR, también formato libro, en jornadas de retratos…
A nivel personal, me lo tomo como el primero de otros muchos proyectos con los que visibilizar injusticias y conseguir mejorar la vida de otras mujeres. Ya tengo algunas ideas bastante bonitas y potentes de historias que me gustaría seguir contando para poner mi granito de arena en transformar esta sociedad en un lugar más hermoso.
(Silvia es cofundadora y codirectora, junto con David Flores, del laboratorio, estudio y escuela de fotografía La Cámara Roja).
Entrevista de Silvia Nortes para Ladies, Wine & Design Murcia:
En mi currículum pone que soy licenciada en Periodismo, Comunicación Audiovisual y Publicidad. En realidad, solo me gusta escribir. Y aprender, claro. Si no aprendes, se te vuelan las ideas. En mi camino en busca de la plenitud profesional he trabajado en radio, comunicación y gabinetes de prensa. Aunque lo que más me hincha el orgullo es que ‘El País’, ‘El Mundo’ y ‘Vice’, entre otros, se hayan interesado en mis ideas. Como periodista ‘freelance’ soy una profesional de la insistencia hasta que consigo que me publiquen. Escribo desde España para ‘Index on Censorship’ y estoy preparando un libro. También me sale genial el guacamole.