Noquedatinte. Pero sí mucha personalidad, crítica y purpurina. Y muchas ganas de hackear lo establecido. Marina Salazar convierte a damiselas en Cruellas de Vil. Y el miedo a apostar por su estilo lo perdió hace tiempo.
Lanzar el mensaje ahí afuera. Desaprender lo que nos han contado. Amar el cuerpo, hablar del cuerpo. Transformar. Cuando empezó en el diseño gráfico, Marina se dio cuenta de que no ganaba nada tratando de adaptarse a las modas. Tras diseñar un disco de Dorian siendo muy, muy joven, y trabajar para negocios de barrio, creer en su estilo le llevó a ponerse una bata rosa y defender lo ‘kitsch’. Las figuras que transforma son manifiestos en sí mismas. Y ahora son los demás quienes la buscan a ella
Siempre has trabajado por tu cuenta. ¿Por qué tomaste esa decisión desde el principio y cómo fueron los comienzos?
Siempre me ha gustado tener libertad en mis horarios. Además, soy muy nocturna y me gusta poder hacer recados durante el día y ponerme a trabajar a las 10 de la noche, por ejemplo. Además, como empecé a dar clase en la universidad muy poco después de graduarme, vi que podría compaginar el trabajar por mi cuenta con dar clase.
Gracias a que soy bastante buscavidas y que empecé diciendo a todo que sí, sin miedo a hacer cosas nuevas, pronto pude armar mi red de clientes y combinarlo con las clases, que, junto a los clientes fijos, me daban la estabilidad económica.
También he tenido siempre mucha inquietud por hacer mis proyectos personales y desarrollar mi creatividad. Así que coincidieron muchas cosas que me hicieron llegar a eso.
¿Te costó encontrar tu voz, tu estilo?
Durante la universidad me encantaba experimentar, y creo que es el momento de hacerlo. Me atraían el collage vintage, el flat design en 3D, lo barroco… Por eso, a veces sentía que no tenía estilo. Pero, ahora que puedo decir que mi estilo es reconocible, miro hacia atrás y veo que por entonces también estaba ahí. Aunque hiciese multiformato y no fuera consciente, todos los proyectos que hacía tenían un punto de humor, extravagancia, kitsch, contraste, color… tenían un halo común.
Trabajas para marcas y negocios muy diferentes. ¿Cómo consigues mantener tu estilo y, a la vez, responder a lo que quieren?
Llevo trabajando como freelancer desde el segundo año de carrera y, al principio, me adaptaba mucho a las necesidades del cliente, que eran comercios pequeños como una panadería, herbolario de barrio… Pero, gracias a haber apostado por mi estilo, ahora atraigo a clientes que quieren eso. Hay que tener en cuenta que lo que muestras es lo que atraes. Por eso, en mi porfolio enseño las cosas que me gusta hacer, para atraer a ese tipo de clientes. Esto es un proceso que ha llevado años y ha sido resultado de creer en mis proyectos, de querer girar la rueda del ciclo, pasar de recibir un briefing y adaptarte a él a lanzar mi propia voz y que sea el cliente quien me busque porque le gusta lo que hago.
«El humor funciona para mí como un lubricante. Es una manera de decir las cosas sonriendo, siendo punzante pero, a la vez, con una capa muy rosa por encima.»
Dices que tus pilares son el humor, la crítica y la visibilidad. ¿Por qué?
Soy una persona muy visual y lo que me interesa es trasladar los temas que me preocupan o me atraen a imágenes y objetos. Así, transformamos el pongo inútil que coge polvo en la estantería a una figura que contiene un mensaje, que pasa de ser pasiva a activa. Es la recuperación del objeto, que pasa del suelo al museo.
Para hacerlo, el humor funciona para mí como un lubricante. Es una manera de decir las cosas sonriendo, siendo punzante pero, a la vez, con una capa muy rosa por encima.
La crítica me ayuda a tratar temas que creo que se tienen que poner encima de la mesa. Por eso, también me gusta dejar las obras muy abiertas, para que sea el propio espectador quien la termine y se la lleve a su terreno.
Y la visibilidad responde a que este tipo de objetos que recojo están muy desactualizados. Me cuesta encontrar una figura de porcelana de una mujer con pantalones, por ejemplo. No hay representaciones de la sociedad actual, no existen figuras con un solo pecho, etcétera. Así que transformarlas es una manera de representar y empoderar a colectivos y personas.
En tu obra transformas imágenes e iconos muy establecidos en nuestro imaginario, como el David o la Última Cena. ¿Buscas desmontar ciertos mitos?
Yo hablo de hackear la pieza. No es que les quite ese halo iconográfico, pero esta guay ver qué pasa si transformas lo establecido. Trabajo tanto con figuras desconocidas como con iconos universales como clásicos -el David- o personajes -Darth Vader-, y mi intervención en ellos tiene ese punto de acto vandálico, de anticultura y casi arte urbano. También es una manera de desaprender. Ya nos hemos creído lo que nos han dicho, ¿qué pasa si adoptamos otra mirada hacia una pieza o imagen?
Tu famosa Tetamundi la construyeran unos artistas falleros. ¿Cómo fue esa conexión?
Se han creado vínculos muy bonitos con los artistas falleros y estoy trabajando con ellos en algunas piezas. Ellos ven en mí el hackeo de lo tradicional y la crítica, que es algo con lo que ellos también trabajan. ¡De hecho, me han sugerido colaborar en futuras fallas! Y yo en ellos he visto volumetría, el poder escalar y redimensionar mis piezas, que se sobredimensionen ellas y también su mensaje. Con la Tetamundi fue genial ver cómo creció a nivel de tamaño, pero también de visibilidad y difusión del mensaje.
El cuerpo tiene un papel protagonista en tu trabajo. ¿Cuál es tu relación con el cuerpo y cómo crees que tus obras pueden ayudarnos a sentirnos más libres al hablar de él?
El tabú sobre nuestros cuerpos ha estado demasiado tiempo presente. Sigo con esta idea de desaprender, de despojarnos de cómo nos han dicho que debe ser un cuerpo, cómo deben ser nuestras relaciones entre cuerpos y con el nuestro propio. Mis figuras tratan de naturalizar estos temas y conectar con personas a quienes les llega el mensaje.
Por ejemplo, una madre me compró una totebag de la bailarina con la pierna robótica para su hija, que llevaba una pierna ortopédica. También hay piezas expuestas en un centro de recuperación de niños, y una chica me escribió para decirme que había pedido la virgen vagina porque la necesitaba como amuleto para una operación de útero. Cuando pasan estas cosas, las obras van mucho más allá de lo que yo quiera expresar con ellas.
En alguna ocasión te preocupó ser demasiado kitsch u hortera. ¿Alguna vez te has autocensurado?
Sobre todo, al principio. Cuando salí de la universidad ya tenía ese halo kitsch, pero me veía siguiendo la tendencia del diseño de aquel entonces, algo serio, como de diseñador suizo con chaqueta. Pero después me di cuenta de que lo que me diferenciaba del resto era lo que me hacía única, y pasé a no tener miedo.
Por ejemplo, cuando presenté mi proyecto para el máster de Experimentación e Investigación en Diseño, me compré una bata de científica rosa. Porque iba a pasar por la academia, por la rigurosidad científica, pero lo haría a mi manera. No me beneficia en nada ponerme una chaqueta de algo que no soy.
Además, hay muchas personas que me han dicho que su estilo no es para nada el mío, pero que les atrae de manera muy loca y mis figuras se convierten en objetos de deseo para ellas.
Entre los objetos que vendes hay unos likes analógicos. ¿Cuál es tu relación con lo digital?
Yo vengo del mundo del diseño gráfico, las pantallas y los ordenadores… Así que mi proyecto nació de la necesidad de tocar, de hacer cosas con las manos y salir de la pantalla. Me siento más creativa y libre con lo analógico.
Pero también realizo procesos de manera digital. Por ejemplo. Hago fotos a los objetos y esas fotos acaban convirtiéndose en láminas, totebags… Y, antes de empezar a intervenir la pieza, hago una foto al boceto, lo paso a Photoshop, lo diseño digitalmente y después lo traslado al analógico. Así que es ese punto entre arte, diseño, tecnología y artesanía lo que me permite ofrecer algo diferente.
«También me interesan mucho las equivocaciones, lo que pudo ser y no fue, los fallos que nos hacen llegar a donde estamos.»
Tu proceso de documentación y preproducción es muy importante. A veces, las profesiones creativas pecamos de ser demasiado espontáneas y confiar en la inspiración. En tu caso, ¿cómo has llegado a tener esa disciplina?
Siempre he sido de documentar mucho, porque le doy mucho valor al proceso. Me gusta enseñar cómo he hecho las cosas porque creo que ahí también está lo relevante.
Sobre todo, con los objetos. Por un lado, hay personas que piensan que las piezas son 3Ds. Otras, que soy escultora y las creo desde cero. Por eso, para mí es importante contar ese storytelling, y, por ejemplo, poner la foto de la pieza original en el reverso de cada lámina. Así, se le da más valor al hecho de imaginar algo a partir de una pieza que ya existe, y esto sorprende mucho a quien la compra.
También me interesan mucho las equivocaciones, lo que pudo ser y no fue, los fallos que nos hacen llegar a donde estamos.
¿Decidiste poner en marcha la tienda como forma de mantener tu proyecto?
Sí, para mí es importante seguir vendiendo tanto en mi web como en tiendas y en la galería La Plataforma. No lo tengo como mi forma de vida, porque puede que haya momentos en que vendas mucho y otros nada, pero al menos me ayuda a que el proyecto se autofinancie.
Es también una manera de apostar por él, de seguir invirtiendo en piezas, materiales… y aprender a desapegarme de cada objeto y no acumularlos. Al principio desarrollé ese punto de madre de mis piezas, porque las recogía a punto de morir y las hacía revivir. Pero ponerlas a la venta también ayuda a democratizarlas, a conseguir que no se queden en la casa de personas que se las puedan permitir, sino que puedas tenerla también en una bolsa, en una camiseta…
Como profesora, ¿cómo ves a las generaciones que vienen? ¿Qué tenemos que aprender de ellas quienes ya llevamos un tiempo de vida laboral?
Soy de las más jóvenes entre mis compañeros profesores, y aun así me explota la cabeza con mis alumnos. Han nacido con un móvil debajo del brazo y llegan en primero de carrera haciendo cosas increíbles. La mayor diferencia que veo es que tienen unas referencias visuales riquísimas. Están muy domesticados gráficamente, tipográficamente, compositivamente, estilísticamente… Cuando yo estudiaba no había Pinterest, no había Behance, ni Instagram. Había libros y algún blog, pero no tanta cultura visual como ahora.
Por último, ayúdanos a pasar las épocas malas… ¿Qué haces tú cuando no te inspiras?
Depende de la situación, pero lo que suelo hacer es no parar, sino iterar. Si no me sale algo, sigo intentándolo. A veces sí me doy una vuelta y sigo después, pero mi problema es que no tengo tiempo para tanta inspiración, tengo muchas figuras y muchas ideas y lo que a veces me falta es tiempo o ganas de ponerme. Pero, en general, si algo no me sale o me quedo encallada sigo. ¡No paro hasta lograrlo!
Entrevista de Silvia Nortes para Ladies, Wine & Design Murcia:
En mi currículum pone que soy licenciada en Periodismo, Comunicación Audiovisual y Publicidad. En realidad, solo me gusta escribir. Y aprender, claro. Si no aprendes, se te vuelan las ideas. En mi camino en busca de la plenitud profesional he trabajado en radio, comunicación y gabinetes de prensa. Aunque lo que más me hincha el orgullo es que ‘El País’, ‘El Mundo’ y ‘Vice’, entre otros, se hayan interesado en mis ideas. Como periodista ‘freelance’ soy una profesional de la insistencia hasta que consigo que me publiquen. Escribo desde España para ‘Index on Censorship’ y estoy preparando un libro. También me sale genial el guacamole.